uno nunca sabelo que va a decir uno es su propia arma de mil filos .
2 comentarios:
Anónimo
dijo...
El primer día de sesión psicológica tenía tantos temas por tratar... no sabía por cuál empezar. Pero había uno que me quitaba el sueño: el deseo de empezar una nueva historia que yo mismo pudiera controlar lo que sabían de mí y lo que pensaran de mí (ambicioso ¿no?). Esto, claro, implicaba el irme a un lugar donde nadie me conociera, no supieran de mi pasado ni mis comportamientos y mucho menos mis inseguridades y miedos (insisto que era muy ambicioso jajaja). También suponía alejarme de todo y de todos... porque ese castillo de naipes podía tener un poco de fuerza sino había nadie que atentara contra la nueva vida filtrando algún dato de mi pasado. Por supuesto, esto implicaba una sobrevaloración a mi autocontrol, cosa que yo no era/soy precisamente muy ducho. El problema era que la gente podía conocer mis partes oscuras, esas que uno prefiere olvidar, que lo avergüenzan... tenía que haber una forma de empezar una vida nueva; autocontrolada. Pero no. Es imposible el autocontrol absoluto, y lo más probable es que uno termine paranoico y segregado. Es decir, no comprendí muchas cosas, pero sí que uno es un cuerpo y una subjetividad expuesto a los otros y a nuestras miserias. Y cuando menos lo creemos, metemos la pata, nos embarramos. La pregunta es: ¿es eso muy grave? Terminé por creer que no, que a veces está bueno ser brutalmente incontrolado en el habla y en los comportamientos. Sobre todo cuando uno crece pensando que todo puede ser utilizado en su contra. Después de todo uno se va redefiniendo siempre y qué tiene que ver el café que me preparo ahora por las mañanas con los siete kilómetros de bicicleta que hacía hasta el algo cuando tenía 16años. Quizás mucho que ver, o también puede ser que nada. Y ni hablar, si les cuento lo que pensaba cuando iba en bicicleta...
Lo de la bici es un hallazgo, es una hermosa figura, en esa profundidad somos incapturables.
Yo creo que si uno trata de controlar mucho lo que dice le salen antenas, le crecen caracoles en las orejas, espinas de cactus en la nariz... ¡Imaginate lo que debe ser estar conteniendo un montón de palabras!
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El primer día de sesión psicológica tenía tantos temas por tratar... no sabía por cuál empezar. Pero había uno que me quitaba el sueño: el deseo de empezar una nueva historia que yo mismo pudiera controlar lo que sabían de mí y lo que pensaran de mí (ambicioso ¿no?).
Esto, claro, implicaba el irme a un lugar donde nadie me conociera, no supieran de mi pasado ni mis comportamientos y mucho menos mis inseguridades y miedos (insisto que era muy ambicioso jajaja). También suponía alejarme de todo y de todos... porque ese castillo de naipes podía tener un poco de fuerza sino había nadie que atentara contra la nueva vida filtrando algún dato de mi pasado.
Por supuesto, esto implicaba una sobrevaloración a mi autocontrol, cosa que yo no era/soy precisamente muy ducho. El problema era que la gente podía conocer mis partes oscuras, esas que uno prefiere olvidar, que lo avergüenzan... tenía que haber una forma de empezar una vida nueva; autocontrolada.
Pero no. Es imposible el autocontrol absoluto, y lo más probable es que uno termine paranoico y segregado.
Es decir, no comprendí muchas cosas, pero sí que uno es un cuerpo y una subjetividad expuesto a los otros y a nuestras miserias. Y cuando menos lo creemos, metemos la pata, nos embarramos. La pregunta es: ¿es eso muy grave? Terminé por creer que no, que a veces está bueno ser brutalmente incontrolado en el habla y en los comportamientos. Sobre todo cuando uno crece pensando que todo puede ser utilizado en su contra. Después de todo uno se va redefiniendo siempre y qué tiene que ver el café que me preparo ahora por las mañanas con los siete kilómetros de bicicleta que hacía hasta el algo cuando tenía 16años. Quizás mucho que ver, o también puede ser que nada. Y ni hablar, si les cuento lo que pensaba cuando iba en bicicleta...
Lo de la bici es un hallazgo, es una hermosa figura, en esa profundidad somos incapturables.
Yo creo que si uno trata de controlar mucho lo que dice le salen antenas, le crecen caracoles en las orejas, espinas de cactus en la nariz... ¡Imaginate lo que debe ser estar conteniendo un montón de palabras!
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