don


Pienso un tercer posteo.
Me pregunto por qué escribir, por que escribimos.
¿Por la trascendencia? – No. Renuncio a ella.
Es muy pobre la sensualidad de lo eterno.
Sólo la luz de lo inmanente tiene la facultad de enceguecer.
Ceguera que ha de durar, necesariamente, un instante. Para no perdernos. O, más bien, para reencontrarnos.
Busco ser-con-el-otro en el instante.
Soltar palabras como un árbol frutos. Mas precisamente, arrojar frutos! Hechos para la muerte. Tan hechos para la muerte como el mismo árbol. Tan hundidos en el barro como el mismo árbol.
Alguien los puede asir y morder.
Sangro si me muerden.

El derrame, la ceguera, el don.

2 comentarios:

N dijo...

Yo brindo porque nos brindamos.

Anónimo dijo...

Efectivamente, hay un don materializado en tus palabras, aquel con el cual naciste y te permite expresarte así.

Las palabras se rozan unas a otras, provocando y provocándose un goce indescriptible. Leo y releo tratando de prolongar el tiempo, esperando que una nueva lectura traiga, por milagro, palabras nuevas; cómo si el texto ya no fuese tuyo, como si tuviese vida propia.

Hipnotizado, voy a contramano de tus ideas. Trato de acostumbrar mis ojos a tu luz y enceguecerme, trascender el instante y no lo logro... Debo resignarme ante tu razonamiento, laberinto que invita a perderse y al mismo tiempo señala la salida.